USAR LA CAZA PARA CONTROLAR POBLACIONES, ¿UNA BUENA ESTRATEGIA?
La caza, no necesaria para alimentarnos sino como fuente de ocio y recreo, se promociona a sí misma como defensora del medio natural y un elemento de control de las poblaciones de animales silvestres, especial y curiosamente, de los depredadores.
Según los cazadores, las poblaciones (de depredadores) están disparadas, si se me permite el término. “Hay muchas alimañas” - se repite sin cesar, recuperando el término antiguo de una época - no muy lejana - en que los animales se clasificaban como beneficiosos o perjudiciales. “Hacen daño”, refiriéndose a especies de animales silvestres con los que compiten por la caza, y a los que les gustaría eliminar pero no pueden, al menos legalmente, porque su captura está regulada o prohibida directamente. A ellas les achacan muchos de los males que afectan al mundo rural, desde la despoblación a la falta de rentabilidad de las cosechas.
El argumento de los cazadores es simple. Ellos quieren cazar, y cuánto más mejor, y si no hay más caza, digamos perdices o conejos, es sencillamente porque hay “muchas alimañas”, muchos depredadores que se alimentan de ellos. Como depredador estrella, los cazadores siempre han señalado al zorro, especie a la que cazan sin piedad ni respeto con el respaldo absoluto de las leyes y la administración. El zorro en Andalucía es cazable siete meses al año, incluso durante su época de reproducción. Otras especies que nadie se comerá pero que son cazadas igualmente con el pretexto de controlar sus poblaciones son las urracas, las grajillas y las cornejasi. No contentos con ello, ahora empiezan a poner el foco sobre otro “indeseable”: el meloncillo, un pequeño carnívoro que constituye la única mangosta europea. Aunque su abundancia no está científicamente documentada, al ser un animal de hábitos diurnos los cazadores afirman que lo ven con frecuencia, lo que les irrita ya que lo ven como un competidor para la captura de conejos. Según su argumento, la presencia de todos estos animales impide que las perdices inunden nuestros campos, o que los conejos vuelvan a corretear por nuestras sierras, y - aunque esto no lo digan abiertamente - que los cazadores puedan disfrutar matándolos. El problema de esta argumentación, además de ser una posición centrada de sus propios intereses, es que es, como poco, incompleta y demasiado simplista.
Empecemos por el principio: ¿cuántos depredadores hay?¿realmente son demasiados? El medio tiene una capacidad limitada para alimentar a los animales que lo ocupan, que vendrá determinada por el tipo y la cantidad de vegetación existente, la abundancia o no de agua, refugios, zonas de cría y la presencia de humanos y actividades humanas. Los animales que aprovechan las semillas, los pastos y matorrales son consumidos por carnívoros, y algunos de estos carnívoros son a su vez la dieta de otros carnívoros, estableciéndose así una red de relaciones – conocida también como cadena trófica - basada en la alimentación entre el medio, su vegetación, y los animales que viven en esta zona.
Podemos afirmar entonces que la cantidad de animales que forman parte de una cadena trófica en un entorno determinado, se autorregula. Si hay mucho alimento vegetal y éste es de calidad, y el resto de condiciones son favorables, habrá muchos animales que vivan de esta fuente de recursos, por ejemplo conejos, lo que provocará que haya más carnívoros que se alimenten de ellos. Estos carnívoros, llamados depredadores cuando cazan activamente, engloban especies animales como los zorros, pero también los meloncillos, las jinetas, las garduñas, y bastantes aves, y serán tan numerosos como les permita la cantidad de alimento que exista en el medio en el que viven. Es decir, si hay comida, habrá depredadores. Si no, sencillamente no los habrá. Cuando la comida falte disminuirá la presencia de los depredadores, así de fácil, sin necesidad de que los humanos tengan que cazarlos. Los depredadores desaparecerán bien porque se desplacen a otras zonas o bien porque mueran o bien porque dejen de reproducirse de forma tan efectiva como lo hacían durante la época de abundancia.
Por tanto, justificar la caída de las poblaciones de conejos, perdices, o incluso ciervos, solo por el efecto de los depredadores naturales, o defender a la caza como la solución para controlar poblaciones, es irreal por no decir directamente falso. Entre los múltiples factores que determinan la biodiversidad y la abundancia de especies en una zona determinada, antes que la presencia o no de depredadores se debería valorar el efecto de la alteración de hábitats, la eliminación de espacios naturales, escasez de alimento, refugio, el deterioro de recursos indispensables para la fauna silvestre que se pierden, como arroyos que se secan por la extracción de agua, bosques y matorrales que se deterioran o se eliminan por la expansión de la agricultura o se empobrecen por una gestión inadecuada, o a consecuencia de los incendios forestales; sin olvidar por supuesto, la propia presión ejercida por la caza, con la extracción sistemática de individuos, generalmente los más sanos y fuertesii.
Los depredadores son una parte fundamental de los territorios que ocupan. Viven y se alimentan de otros animales que viven en un territorio que está delimitado por la presencia de otros depredadores, con los que compiten y pelean por la comida, el espacio o para reproducirse. Aprenden dónde están las mejores zonas de caza y dónde es mejor no aparecer, bien porque hay otro depredador más fuerte o porque la presencia del hombre hace aquella zona inviable. Este conocimiento aprendido se transmite entre los animales, durante la crianza de los nuevos individuos o incluso en el día a día si se trata de animales sociables que viven y cazan en grupos.
La caza, lejos de ser beneficiosa, tiene un efecto distorsionador en el equilibrio del medio ambiente, ya que extrae individuos que eran fuente de alimento para unos, o limitantes para otros. Cuando la caza se ejerce sobre los carnívoros para controlar el número de depredadores, la distorsión es aún más evidente. Eliminar uno o varios individuos de estos depredadores de una determinada zona, genera un “vacío” – un espacio que no es defendido por ningún depredador – que será rápidamente ocupado por otros depredadores que ocupaban un territorio cercano. Estos nuevos ocupantes, al tener acceso a nuevos territorios y al aumento transitorio de alimento, provocará que se reproduzcan más eficazmente, por lo que la consecuencia final de la caza será un aumento del número de depredadores que, a su vez, provocarán una disminución de las poblaciones de otros animales. Así, lo que se pretendía evitar cazando al depredador de la zona, se habrá potenciado con la propia cazaiii.
Los depredadores controlan la dispersión de enfermedades en el medio, al cazar más fácilmente a aquellos animales que están enfermos, débiles o heridosiv. Ningún depredador desaprovecha la oportunidad de una comida sin demasiado esfuerzo y victoria casi segura. Por qué gastar energía buscando un individuo sano y robusto si puede comerse a uno que corre poco y no podrá escapar. Por tanto, eliminar los depredadores favorece la dispersión de enfermedades, ya que los individuos enfermos sobreviven más tiempo en el medio y por tanto tienen más tiempo para transmitir su enfermedad a otros congéneresv. A lo mejor pretendían que hubiese más conejo en una zona, eliminando a los zorros, pero aunque al principio parecía que se veían más conejos finalmente la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica han terminado con ellos en la zona, ya que los individuos enfermos no eran eliminados por los zorros, si no que se morían después de un tiempo más o menos largo de enfermedad.
Eliminar los depredadores modifica el comportamiento de los animales presa, permitiéndoles pasar más tiempo en zonas más expuestas, lo que provoca un sobrepastoreo de los mejores pastos, acabando con la comida que había en ellas y aumentando además la posibilidad de contagio de enfermedades entre individuos, al incrementarse su presencia en estas zonas, y con ello la cantidad de heces y orines que se acumulan allí. La presencia y amenaza de depredadores hace que los comportamientos de alimentación y agrupamiento de las especies presa, las que pueden ser comidas por estos depredadores, cambien hacia modelos más dispersos y esporádicos que les facilite pasar más desapercibidos y sobrevivir, lo que da tiempo a la recuperación de la cubierta vegetalvi. Si se elimina la amenaza de los depredadores, los herbívoros comerán hasta agotar los pastos más jugosos y apetecibles.
La caza de un depredador, sobre todo si se produce sobre individuos adultos con experiencia, o líderes de grupos como en el caso de los lobos, no solo está matando a un animal. Está matando toda la experiencia y conocimiento de dicho animal y sus posibilidades de transmitírselo a su propio grupo, familia o manada. Está matando al grupo en sí mismo. El caso más sencillo de entender es el del lobo. Normalmente las batidas de caza tratan de eliminar a la pareja alfa del grupo familiar de lobos, sin considerar que estos individuos de más edad y experiencia son los que atesoran los conocimientos necesarios para cazar de forma efectiva en ese territorio, o sobre determinados animales. Conocen el territorio, conocen cómo se mueven los ciervos, los corzos, los jabalíes, dónde les gusta ocultarse, dónde comer, dónde interactuar. Y también conocen dónde están los hombres, qué reacción tienen cuándo los ven y cómo se comportan sus perros, por lo que prefieren evitarlos y seguir a los ciervos. Pero si faltan, si se les da caza y los individuos que lideraban son eliminados, los lobos restantes, más jóvenes e inexpertos, y ahora con un tamaño de manada menor del que solían tener y con el que estaban acostumbrados a hacer frente a animales grandes como los ciervos o fuertes como los jabalíes, tratarán de sobrevivir con lo que puedan, en muchos casos dirigiendo su atención hacia piezas más fáciles, como el ganado doméstico, abundantes y prácticamente indefensas ovejas, cabras o vacas a las que anteriormente rara vez atacabanvii. Así pues, si la caza trataba de disminuir la presión del lobo sobre la ganadería, lo que finalmente consigue es justo lo contrario.
Eliminar a los depredadores puede tener consecuencias catastróficas. Si se logra erradicar los depredadores de una determinada zona o especie, las poblaciones que antes eran comidas y controladas por ellos pueden crecer de forma descontrolada, teniendo efectos perjudiciales para el medio ambiente y para las personas. La falta de lobos en sierra morena, el único gran depredador que quedaba, está provocando una superpoblación de herbívoros y jabalíes que a su vez están dañando a la vegetación por excesivo consumo o las poblaciones de otros animales por la destrucción de su hábitat. Ciervos, gamos, corzos, muflones, jabalíes, se reproducen sin límite alimentados por las propias fincas cinegéticas que los consideran de su propiedad y una fuente segura de ingresos económicos. La falta de zorros, meloncillos, serpientes y aves rapaces en la campiña permite que las poblaciones de topillos, conejo y otros se multipliquen y ataquen cultivos, viñedos y olivares de desesperados agricultoresviii.
Entonces, la pregunta es ¿para qué sirve la caza? Para controlar poblaciones, seguro que no.
Referencias
iOrden de 29 de junio de 2022, por la que se modifica la Orden de 5 de julio de 2018, por la que se fijan las vedas y periodos hábiles de caza en el territorio de la Comunidad Autónoma de Andalucía, y se publican los periodos hábiles de caza para la temporada 2022-2023. BOJA nº 127 de 05/07/2022
iiStevens,A. (2010). Dynamics of Predation. Nature Education Knowledge 3(10):46
iiiSarah N. Sells, Michael S. Mitchell, (2020). The economics of territory selection, Ecological Modelling, Volume 438, 109329. DOI: https://doi.org/10.1016/j.ecolmodel.2020.109329
ivHoy, S.R., Vucetich, J.A., Peterson, R.O. (2022). The Role of Wolves in Regulating a Chronic Non-communicable Disease, Osteoarthritis, in Prey Populations. Frontiers in Ecology and Evolution, 10, art. no. 819137 DOI: https://doi.org/10.3389/fevo.2022.819137
vTanner, E., White, A., Acevedo, P. et al. (2019.) Wolves contribute to disease control in a multi-host system. Sci Rep 9, 7940 . DOI: https://doi.org/10.1038/s41598-019-44148-9
viMark S Boyce. (2018). Wolves for Yellowstone: dynamics in time and space, Journal of Mammalogy, Volume 99, Issue 5, 1021–1031. DOI:https://doi.org/10.1093/jmammal/gyy115
viiHaber, Gordon, and Marybeth Holleman (2015). Among Wolves: Gordon Haber’s Insight into Alaska’s Most Misunderstood Animal. Fairbanks: University of Alaska Press, 2013.; Borg, B. L., Brainerd, S. M., Meier, T. J., & Prugh, L. R. Impacts of breeder loss on social structure, reproduction and population growth in a social canid. Journal of Animal Ecology, 84, 177–187. DOI: https://doi.org/10.1111/1365-2656.12256
viiiEstes JA, Terborgh J, Brashares JS, Power ME, Berger J, Bond WJ, Carpenter SR, Essington TE, Holt RD, Jackson JB, Marquis RJ, Oksanen L, Oksanen T, Paine RT, Pikitch EK, Ripple WJ, Sandin SA, Scheffer M, Schoener TW, Shurin JB, Sinclair AR, Soulé ME, Virtanen R, Wardle DA. (2011) Trophic downgrading of planet Earth. Science. 333(6040):301-6. DOI:https://doi.org/10.1126/science.1205106
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